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jueves, 29 de noviembre de 2007

Pobreza estigma y villa miseria






Pobreza, estigma, villa miseria, Argentina, barrio.


Hay que señalar que entendemos la villa, no como un bastión actual de los viejos lugares exóticos en donde se desarrolló en sus inicios la antropología. Tampoco se entiende como un gueto enclavado dentro de una ciudad. Siguiendo el mismo razonamiento, tampoco puede entenderse a la ciudad como una realidad aislada y circunscrita en sus propios muros. Consideramos a la ciudad un entramado de espacios, relaciones e imaginarios, por lo que realizar un análisis antropológico de un sector de la misma requiere tener en cuenta el significado social de los barrios, las relaciones entre status y prestigio y el lugar donde se vive, propuesta que podría ser resumida en pensar la ciudad como ideología. La villa miseria es un fenómeno habitacional urbano, y como tal, debe entenderse como parte de la ciudad. La habitación en un espacio físico y social, socialmente desprestigiado como la villa miseria, produce una estigmatización que ancla en la situación de pobreza de los villeros y la refuerza, transformando la diferencia en desigualdad.

Durante la última década, los cambios producidos en la economía argentina tuvieron consecuencias en todo el mapa de la sociedad. Modificaron las estructuras del país, y desde allí extendieron su impacto hasta cada uno de sus habitantes. El gobierno menemista se inició en el año 1989 y se instaló con un programa económico de neto contenido neoliberal con el que buscaba salir de la industrialización sustitutiva. Las metas que se propuso concretar a corto plazo fueron: a) la privatización de los servicios públicos, b) la liberalización de la economía mediante la desregulación de mercados, y c) la eliminación del déficit fiscal. Estas metas fueron planteadas como prioridades para la reversión de la crisis estructural que aquejaba al país.


La liberación de la economía trajo como consecuencia un replanteamiento de la intervención del Estado en la sociedad. Esta redefinición del papel del Estado se tradujo en un incremento de las desigualdades sociales, a la vez que favoreció la tendencia a la concentración económica. La privatización y la desregulación desmontaron al Estado intervencionista y productor. La flexibilidad laboral produjo desempleo y temor al desempleo, y las políticas centradas en la pobreza revirtieron las políticas universalistas implantadas en la etapa anterior.
El área metropolitana de Buenos Aires (especialmente el sur del conurbano bonaerense) es una de las regiones que con una clara intervención de lo privado fue objeto de una metamorfosis que la afectó profundamente en la distribución de los recursos urbanos. La modernización de esta metrópoli contribuyó a fragmentar una sociedad antaño incluyente, que se materializó con la inversión en unas pocas zonas y con el abandono de muchas otras. Dentro de este último grupo podemos incluir a las villas miseria.

Esta fragmentación trajo consigo nuevas formas de habitar la ciudad. El derecho al espacio urbano reclamado por los sectores populares quedó relegado a reclamos puntuales y específicos. La fragmentación apoyada en prejuicios no es nueva, pero en la década de los noventa no sólo avanzó sino que también se profundizó. Ser villero o ser de barrio, estar de un lado o del otro, no pasaba solamente por una adscripción territorial: los espacios se definen ideológicamente. Y es sabido que desde la ideología se resignifican categorías y se aprende a manipular los estigmas.
Hoy nos encontramos con un país diferente, con una pobreza distinta, más dolorosa, más excluyente, a causa de los cambios que trajo aparejados la reestructuración económica. Entre otros, los que podemos percibir en las relaciones entre los distintos actores sociales, que han mutado, perturbando y modificando los vínculos cotidianos (individuales y colectivos). No es exagerado, entonces, decir que los noventa terminaron no sólo con una década: terminaron con un proyecto de país con igualdad social.

VILLA MISERIA Y ESTIGMA

La denominación "villa miseria" responde a un fenómeno habitacional urbano. No es una realidad privativa de nuestro país. Encontramos su correlato por toda América Latina, sólo cambia la denominación: favelas, en Brasil, barriadas en Perú, cantegriles en Uruguay, callampas en Chile, ranchos en Venezuela. Pero si bien las grandes ciudades de América Latina se han conformado en un proceso similar, cada una asumió características particulares, de acuerdo con el contexto nacional y local que las englobaba. Las primeras referencias sobre este fenómeno en nuestro país se registran alrededor de 1930, como uno de los efectos de la ola de desocupación general producida por el crack financiero de 1929. Como secuela del mismo, se generó un proceso de industrialización nacional que reforzó las aglomeraciones existentes y aceleró el crecimiento urbano.

Sin embargo, apenas una década más tarde las villas empiezan a formar parte del paisaje urbano. El proceso de industrialización sustitutiva (sustitución de importaciones) funcionó como imán para atraer a grandes contingentes de población desde el campo hacia las ciudades, lugar de concentración de la producción industrial. La presencia de industrias mostraba la posibilidad de fuentes laborales. Más actividad económica generaba más demanda de mano de obra. Además, a causa de la marginación económica y social imperante en el interior del país, urgía encontrar nuevas formas de vida. Las familias que migraban hacia la ciudad necesitaban contar con alojamiento rápido, económico y cercano a los lugares de trabajo; pero la concentración urbana conllevaba también el déficit habitacional. Sumado al bajo nivel del poder adquisitivo que no permitía el acceso a tierra y vivienda, el encarecimiento de los alquileres y el éxodo de países limítrofes por problemas económicos, quedó como único camino posible para poder asentarse el conseguir lugares inhabitables o descampados, sin infraestructura urbanística.

En aquellos tiempos, Buenos Aires se encontraba bajo el paradigma de la ciudad incluyente, por lo que este fenómeno fue acompañado de esperanzas de ascenso social. Vivir en la villa se vivía como la posibilidad de inclusión, de movilidad social ascendente, expectativa que estaba acompañada desde el Estado, que promovía la integración social y nacional. Hacia fines de los años sesenta, la proliferación de las villas miseria fue notable, pues creció a una tasa de 15% anual. Se extendieron hacia zonas cada vez más alejadas de la capital y con muy poca infraestructura. El sueño del ascenso, que cobraba vida en los relatos de los que se habían ido a la gran ciudad, había comenzado a fisurarse.

La situación de las villas miseria en los años de la dictadura militar y en los tiempos de la recuperación de la democracia fue muy compleja. Sin embargo, esa misma complejidad impide dar cuenta de ella en este trabajo, por lo que pasaremos al comienzo de la década que nos ocupa. La crisis socioeconómica de 1989 -generada por el fracaso del Plan Austral, la espiral inflacionaria, la desestabilización de los precios de artículos de primera necesidad y la estampida del dólar- tuvo consecuencias para todo el país, pero en las villas miseria repercutió mucho más. La explosión social se tradujo en saqueos a supermercados tanto en la capital como en las provincias.

Pocos lugares tan mitificados como las villas miseria. La definición oficial las presenta así: "Asentamientos ilegales de familias en tierras fiscales y en algunos casos de terceros particulares, habitando en construcciones que no cumplen normas mínimas edilicias o de habitabilidad e higiene, compatible con la vida urbana, configurando un alto grado de hacinamiento poblacional y familiar".

Algunos (los menos) las refieren como una suerte de laboratorio de los sueños modernizadores de los años sesenta, cuna de la revolución en los setenta, donde la solidaridad reina, como modelo perfecto de organización vecinal, como emblema de la visión rousseauniana de la buena vecindad. Otros (los más) las asocian con males de todo tipo. En esta perspectiva, las villas son esos lugares que hay que eludir, donde los delincuentes encuentran guarida, donde tienen montones de hijos que luego deambulan por ahí, si es que no se mueren antes, donde no tienen para la leche pero sí para el vino, donde los que no tienen techo seguro tienen televisor y equipo de música, lugares donde ni la policía entra, lugares peligrosos, donde la promiscuidad reina por doquier, con las tasas más altas de analfabetismo, mortalidad infantil, desempleo y delincuencia.

Ni una mirada ni la otra dan cuenta de la compleja realidad de este fenómeno habitacional urbano que son las villas. La mayoría de las veces estas representaciones son alimentadas por el consumo de las representaciones de los medios. Entre muchas otras razones, porque quienes las sustentan no conocen la complejidad intrínseca de la villa, y se quedan atrapados en imágenes simplistas y cristalizadas.

Identidad e identificación colectiva

Identidad no es un concepto transparente. Más bien al contrario, su opacidad radica en que este término presenta una notable polisemia, por lo que es necesario precisarlo. Abordar el tema de la identidad social es una tarea ardua, compleja, y al mismo tiempo, y tal vez por eso, apasionante. Saber cómo se enfrenta el hombre contemporáneo a las dificultades para dotar de sentido subjetivo a su experiencia, interrogarnos acerca de cómo se conforma el sujeto, cómo aprendemos a ser de una forma y no de otra, cómo el poder y sus dinámicas determinan nuestras identidades y al mismo tiempo reconocer que tenemos maneras para optar y autodefinirnos, cómo somos cómplices silenciosos de situaciones de dominación, implica un largo camino por recorrer.

La pregunta por la identidad es la pregunta por la diferencia, pero ésta resulta siempre de un conflicto: no es una cuestión que se presente inmediatamente a la conciencia; todo lo contrario, y tal como funciona en la dialéctica hegeliana, la apelación y el cuestionamiento alrededor de la identidad acaece y se origina en la dificultad de ser, en la confrontación con el otro, en el peligro latente de que el otro (todo otro) invada nuestra interioridad. La identidad no es algo fijo ni inmutable ni es una cosa. Es un esquema conceptual y no un fenómeno. La identidad es una construcción social y no algo dado. Se genera lenta e históricamente, a través de innumerables hechos y procesos, y se constituye mediante una red de vínculos medianamente estables y significativos. Está originada en una representación, pero no por eso es una ilusión que depende de la pura subjetividad de los agentes sociales. Está dotada de una eficacia social, y produce efectos sociales concretos. La construcción de la identidad se hace en el interior de los marcos sociales que determinan la posición de los agentes y por lo tanto orientan sus representaciones y sus elecciones.

Muchas de las visiones que de los grupos que habitan en villas tienen "los otros", están atravesadas por las representaciones de este sector de la población, en la que los ubican en los límites de la legalidad por sus condiciones de pobreza. Esta construcción estereotipada aparece como resultado de un intento de clasificación de los grupos sociales, delimitándolos por su lugar de residencia (la villa) y con la consiguiente adjetivación que ese lugar conlleva.
Pero ya que estas clasificaciones provienen del orden de lo simbólico, y son construcciones ideológicas, debe tenerse en cuenta que en su construcción inciden la posición política y social del que la enuncia. Y tiene consecuencias: "...una cosa muy fea, es que acá hubo una maestra que tiene vocación de maestra, fue al colegio de la parroquia, y cuando los padres se enteraron que era de la villa, levantaron firmas y la sacaron. Para colmo, no sólo docentes, hay gente que ha ido a trabajar de limpieza, y cuando se enteraron que era de la villa levantaron firmas y la sacaron..."

Los procesos de identificación colectiva son construcciones ideológicas que se vinculan de manera directa a la competencia entre grupos por la consecución de la hegemonía. Como afirma Pierre Bourdieu: "No hay peor desposesión ni peor privación, tal vez, que la de los vencidos en su lucha simbólica por el reconocimiento, por el acceso a un ser social socialmente reconocido, es decir, en una palabra, a la humanidad".
Va de suyo que el villero se encuentra en el lugar de los grupos dominados. En su cuerpo, en su vestimenta, en su presencia, lleva la marca de la pobreza. Y desde la mirada prejuiciosa exterior, se engloba a todos los villeros bajo un común denominador: son pobres, ergo, son peligrosos.
Una identidad impuesta desde afuera en condiciones de dominación, puede dar lugar a una identidad negativa, la que se traduce en la estigmatización del grupo en cuestión.
Estigma y violencia
Esta identidad negativa aparece en toda clase de mensajes sociales. Si bien, como ya se dijo, pertenece al mundo de lo simbólico, tiene una influencia concreta en la vida de los grupos más vulnerables. El peligro reside en que muchas veces la identidad negativa trasciende el plano de la comunicación para ingresar en el de la acción, lo que da lugar a muestras de violencia, producto de la intolerancia inherente a los procesos estigmatizantes
Tolerar a alguien es un acto de poder. Y la tolerancia es más virulenta cuando las diferencias culturales coinciden con las de clase cuando aparece explícita la dominación económica. Michael Walzer afirma: "Una miseria mayor contribuye a un no reconocimiento radical y a una discriminación no reflexiva, automática". Nos dice también que la tolerancia es compatible con la desigualdad. Corroboramos lo dicho en el hecho habitual que nos muestra que los grupos villeros sufren la discriminación, el rechazo y la degradación cotidianamente. Son el grano en la cara de una ciudad que quiere ser blanca y bonita. Si bien "los otros" se resignan a su presencia, no lo hacen como acción tolerante, ni por cuestiones de respeto. Se resignan porque necesitan a los pobres para la ejecución de los trabajos más degradados de la sociedad. Comprobamos a diario la existencia y el funcionamiento de reacciones violentas muy frecuentes y cotidianas. Y es por esa misma frecuencia y cotidianidad que han sido naturalizadas, porque en ella, uno de los términos está situado en el lugar del poder y la autoridad, a quien el otro le debe respeto y obediencia.
Entendemos que la violencia es un vínculo, una forma de relación social por la cual uno de los términos realiza su poder acumulado. Ahora bien, no necesariamente esta violencia se traduce en violencia física. Pero no por ello deja de ser violencia.
¿Qué hacer, entonces, con esa especie de "pecado original" que es ser pobre? ¿Qué hacer con las marcas que impone la pobreza? Los villeros, además de su marginación social y espacial, tienen una carga más: el estigma que los "otros" les endosan. A través de relaciones sutiles unas veces, no tan sutiles otras, en un proceso muchas veces encubierto, pero casi siempre conocido, los villeros son etiquetados con el estigma.
Pero esto no es nuevo: ya los griegos usaban la palabra estigma para referirse a los signos corporales con los cuales se presumía que la persona tenía algo malo y poco habitual en el status moral del que los portaba. Goffman señala que la sociedad establece los medios para categorizar a las personas. Y que lo hace mediante la estigmatización, proceso que refiere a la posesión de una característica profundamente desacreditadora. Ahora bien, quedarse sólo con la idea de atributo o característica diferente no aporta nada más que eso: la presencia de la diferencia. Y lo que se está marcando en realidad no es la presencia de algo distinto, sino la existencia de una relación profundamente desigual, con la doble función de estigmatizar a uno, a la vez que confirmar la "normalidad" del que estigmatiza. Decir que los villeros son sucios, son promiscuos, son vagos, son peligrosos, son diferentes, pretende racionalizar una inquina que tiene en su base la pertenencia a otra clase social. Y el temor a ser pensado como igual.
Sin embargo, el fenómeno es más complejo. Goffman, en su teoría del estigma, pone el énfasis en un dato esencial: los grupos (o personas) que han sido estigmatizados tienden a sostener la misma creencia del que los estigmatiza. El villero sabe que la villa es un lugar no aceptado en la sociedad mayor. A pesar de tener claro que vivir en la villa es producto de una situación económica. Pero también sabe que la sociedad mayor no los quiere. E interiorizan y se hacen cargo del lugar malo de la polaridad, el lugar pobre, el lugar culpígeno, y lo "representan".
La reproducción del estigma como estrategia
Con la utilización de estrategias para salirse de ese lugar degradado en el que los han ubicado, aplican a sus vecinos su propia pena: repiten el esquema clasificatorio en el interior de la villa, utilizando los mismos mecanismos estigmatizantes de los que son víctimas. Efectos perversos del accionar de una sociedad mayor de la que son la parte no querida.

En tiempos en que la inserción social se plantea en clave individual, en que las estructuras de contención están en retirada o ya han desaparecido, pudimos observar cómo aparece la necesidad de colocar al otro en ese lugar en el que tanto se teme estar. Ejerciendo el poder de nombrar, le decimos al otro quién es, cómo es, y a la vez estamos diciendo yo no soy ése, mi lugar es otro. Pero no sólo desde el reconocimiento de la diferencia, sino con el énfasis puesto en la desigualdad. Yo te lo puedo decir, porque me ubico en una posición de poder, porque el volumen y la calidad de mi capital me permiten el ejercicio de la designación, de la nominación
No es posible cargar la diferencia cultural, constitutiva del ser humano (en este caso, una forma distinta de vivir en la ciudad), a la justificación de los procesos estigmatizantes y a la intolerancia que ello conlleva. Hacerlo (o dejar hacerlo) es encubrir de manera simplista la profunda desigualdad que existe en determinadas relaciones sociales. Éstas son relaciones de clase, ubicadas dentro de un tiempo histórico, con un modelo económico específico y en un espacio social concreto. Si se fomenta o se permite, por error u omisión, que esas relaciones queden encubiertas, muy poco podrá hacerse para intentar el cambio.
El registro de la intolerancia, del estigma y de la desigualdad pasa por su reconocimiento, y este reconocimiento está subordinado a la experiencia. En la medida en que seamos capaces de ponerle nombre, podremos modificar el resultado de la ecuación pobreza y estigma. Toda situación que naturaliza la desigualdad es una situación de violencia, que cosifica a otros seres humanos. Sabemos que poner sobre la mesa los problemas no significa resolverlos. Pero también sabemos que es tratar de ir más allá de las manifestaciones evidentes, para encontrar...los verdaderos determinantes económicos y sociales de los innumerables atentados a la libertad de las personas, a su legítima aspiración a la felicidad y a la autorrealización que plantean hoy las implacables coacciones del mercado laboral o habitacional. Para ello, hay que atravesar la pantalla de las proyecciones a menudo absurdas, y a veces odiosas, detrás de las cuales el malestar o el sufrimiento se enmascaran tanto como se expresan.
¿Para qué? Para poder trascender los estereotipos y poder pensar. ¿Pensar qué? Pensar alternativas de cambio, que consideren la posibilidad de desarrollo de una sociedad de mercado con rostro humano. O, simplemente, saber que todos somos parte. Y que diferencia no es lo mismo que desigualdad.
¿Utopía? ¿Quién sabe? Puede ser, pero si bien es verdad que por sí solos ni los deseos ni la voluntad pueden revertir las asimetrías sociales, económicas, culturales y políticas, no es menos cierto que en un país que ha hecho un culto del "no te metas", el aporte de los científicos sociales debe dar cuenta del compromiso de lograr una sociedad más justa y más equitativa.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonjour Ciel moi.!
Belle commentaries .
Que bonito que hayan personas que aun vea la realidad de este mundo de hoy en dia.Y una de ellas eres tù .Un besote grande y sigue asi corazòn.Gracias !

Anónimo dijo...

PIDO PERMISO PARA USURPARTE.
SABES Q ESTA MUY BUENO TU BLOG Y AQUI EN ESTA NOTA EXPRESAS LA REALIDAD Q ESTAMOS VIVIENDO Q POR CIERTO ES MUY PENOSA Y REAL SEGUI ASI.

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'Tu Cristo es judío, tu escritura es latina, tus números son árabes, tu democracia es griega, tu equipo de música es japónes, tu balón es de Corea, tu videoconsola es de Hong Kong, tu camisa es de Tailandia, tus estrellas futbolísticas son de Brasil, tu reloj es suizo, tu pizza es italiana. ¿Y tú eres el que mira a ese trabajador inmigrante como a un despreciable extranjero?'

Los indios no tienen alma.

Son diez los muertos por desnutrición...

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Los chicos, despreocupados, corren por las polvorientas calle de Fontana. Son aborígenes y criollos que viven en los barrios Cacique Pelayo, Villa Allín y Balastro, donde la degradación humana está a la vista. Allí, la pobreza golpea con rigor. Hoy, la pobreza y la desnutrición se observa a cada paso. Cuando uno concurre a los centros de salud, hay temor de hablar, más aún cuando se trata de obtener estadísticas. "Tienen que pedir en el Ministerio de Salud", es la frase más común. En realidad, se atiende bien a las personas que concurren, pero después de brindar remedios, hierro para las mujeres anémicas y leche para los chicos, el drama se repite: en sus casas no tienen qué comer."Hábitos culturales" El ministro Ricardo Mayol negó así que hubiera habido abandono de persona por parte del Estado y aceptó que la desnutrición existió en los casos señalados, aunque la atribuyó a "hábitos culturales" de los aborígenes. "No hubo abandono. Además, hay hábitos culturales, estilos. Ellos tienen su manera de comer, su manera de alimentarse, y a veces no aceptan la nuestra. Entonces son una serie de cosas que no son sencillas. No estamos haciendo abandono de nada", sentenció. Germán Bournissen, coordinador del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen, denunció: "Es verdad que los aborígenes mantienen su medicina tradicional, pero saben bien que hay enfermedades como la tuberculosis que deben tratar en los centros médicos. Lo que sucede es que se acercan a los hospitales y no reciben la atención adecuada". Bournissen sostuvo: "Más que una cuestión de salud, es un problema de soberanía alimentaria porque la desnutrición es el último eslabón de una cadena que comienza con la destrucción del monte donde viven los aborígenes, que es su fuente de alimentación".

DESPABÍLATE AMOR-Mario Benedetti

DESPABÍLATE AMOR-Mario Benedetti
Bonjour buon giorno guten morgen. despabílate amor y toma nota...sólo en el tercer mundo mueren cuarenta mil niños por día...en el plácido cielo despejado flotan los bombarderos y los buitres...cuatro millones tienen sida la codicia depila la amazonia...buenos días good morning...despabílate...en los ordenadores de la abuela O.N.U no caben más cadáveres de Ruanda...los fundamentalistas degüellan a extranjeros...predica el papa contra los condones...havelange estrangula a maradona...bonjour monsieur le maire...forza italia buon giorno...guten morgen ernst junger...opus dei buenos días...good morning hiroshima...despabílate amor...que el horror amanece

Eduardo Longoni - Violencia.

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EL ANGEL DE LA BICICLETA

EL ANGEL DE LA BICICLETA
"El ángel de la bicicleta" es la historia de Claudio Lepratti, alias "Pocho".Pocho era un muchacho de 35 años que vivía en el barrio Ludueña, sirviendo a la gente como integrante de la comunidad salesiana. Pocho trabajaba en una escuelita de bajos recursos de Rosario, colaborando con un comedor infantil. Su característica era que se movilizaba en su bicicleta y que siempre estaba dispuesto a ayudar a su prójimo.Claudio ―Pocho para todos sus amigos― era 'un pacífico, comprometido con el barrio; el sueldo que sacaba en la escuela lo ponía a disponibilidad de la gente de la villa que lo necesitaba', cuenta, con marcada tristeza, el padre Néstor Gastaldi."El ángel de la bicicleta, le decíamos, porque andaba en su bicicleta, estaba enterándose y buscando la ayuda para cada familia", recuerda el padre Gastaldi. En diciembre del 2001, en medio de la situación sociopolítica que vivía la Argentina, fue asesinado de un balazo en la garganta, mientras le pedía a la policía que no disparase contra el comedor donde él colaboraba, ya que adentro había chicos comiendo. Después de aquel asesinato, por las calles de Rosario se ven las pintadas con una bicicleta alada, recordando a "Pocho".

No nos olvidemos de...

No nos olvidemos de...
José Luis Cabezas