La luz de la mañana no filtraba a través de la cortina de plástico de mi dormitorio. Hoy no era un día como todos, lo supe siempre; ya había hablado y discutido con él. Esta parte de mi vida me pertenecía y nadie, absolutamente nadie, me quitaría la senda que tracé para mí espíritu. Probablemente la menopausia hacía cambiar en algo mis costumbres.
La familia se me mostraba como una multitud hostil de espectadores ante el viraje de mis desiciones personales. Yo viajaría les gusto o no, veinte días; mi receso de verano en el trabajo me daba el espacio necesario. Ana Laura, desde el recuerdo de mis veinte años, merecía esta entrega. Si al fin y al cabo, esta paz, desaprovechada tantas veces, también se la debía a ella.
Ana Laura Graar; delicada mujercita de cabello negro y ojos azules como cielo de un paisaje de cuentos para niños.
Ana Laura y Marcos, ese muchacho provinciano que estudiaba en la Escuela Italia, para técnico en máquinas y herramientas.
Ana Laura: Maestra Normal Nacional, como yo. San Justo, Partido de la Matanza, funcionó como crisol y allí surgimos de la mezcla. El comburente de las ideas produjo la reacción.
Ana Laura Graar: Mediana, delgada. El pelo oscuro semilargo enmarcaba el rostro de rasgos firmes. Todo andaba bien todas las tardes. La plaza era escenario del encuentro. El brazo trepaba al talle como una enredadera. El beso se expandía como un ciclón, terrible, su piel y la piel de Ana Laura, formaban un solo claroscuro.
La familia se me mostraba como una multitud hostil de espectadores ante el viraje de mis desiciones personales. Yo viajaría les gusto o no, veinte días; mi receso de verano en el trabajo me daba el espacio necesario. Ana Laura, desde el recuerdo de mis veinte años, merecía esta entrega. Si al fin y al cabo, esta paz, desaprovechada tantas veces, también se la debía a ella.
Ana Laura Graar; delicada mujercita de cabello negro y ojos azules como cielo de un paisaje de cuentos para niños.
Ana Laura y Marcos, ese muchacho provinciano que estudiaba en la Escuela Italia, para técnico en máquinas y herramientas.
Ana Laura: Maestra Normal Nacional, como yo. San Justo, Partido de la Matanza, funcionó como crisol y allí surgimos de la mezcla. El comburente de las ideas produjo la reacción.
Ana Laura Graar: Mediana, delgada. El pelo oscuro semilargo enmarcaba el rostro de rasgos firmes. Todo andaba bien todas las tardes. La plaza era escenario del encuentro. El brazo trepaba al talle como una enredadera. El beso se expandía como un ciclón, terrible, su piel y la piel de Ana Laura, formaban un solo claroscuro.
Ana Laura y sus confidencias
(Yo conmigo, sola, Pájaro aprisionado en el fondo de una jaula, soñando ser libre)
Papá y mamá tienen acero en los ojos. Papá cuando viene de la fábrica, golpea la puerta con violencia al entrar, nunca saluda. Observa un sentarse automático a la mesa. La comida está lista y la agresión preparada. Papá y mamá son dos esgrimistas. Es curioso, siempre a la hora de unirse esperando para no hacerlo. Dejame comer tranquiloooo!....La o se pierde en el ángulo de las cosas con ángulos. El odio tiene ángulos filosos.
Marcos y Ana Laura:
Principio y final. Congruentes para siempre. Miércoles. Los miércoles él no viene a buscarla, no obstante, su silueta se destacaba en la parada del colectivo 174 “Humbolt”. Fue una excusa estar allí y los dos nos reímos al encontrarnos. Le dí mis libros y él desabrochó el guardapolvo hasta el cuarto botón.
La escuela era el nexo. El hablaba poco. Era un hombre con veintitrés años, atlético, con la piel tostada de soles más fuertes, cabello negro, modales suaves. Esa tarde me trajo una sorpresa; un par de zapatos nuevos, hojas de carpeta y en el fondo del paquete, “Poemas de Nicolás Vapzarov” El que es Poeta búlgaro y tiene un hijo muerto. “Marcos fue criado por diferentes tíos, desde los nueve años de su edad, llegado a Buenos Aires, desde la provincia de noroeste. Con gran sacrificio, tenía un terreno en la calle Esnaola nº 1227, a tres cuadras de la ruta “Provincias Unidas”. Marcos edificó desde la mitad del terreno, hacia atrás, ocupando el resto del fondo, con higueras y girasoles. La habitación levantada con su laboriosidad y la de un tío, era de ladrillo y chapas de zinc. Un espacio grande para su bienestar. El techo inclinado como cabeza de ñandú, resbalaba las lluvias y las hojas secas.
La escuela era el nexo. El hablaba poco. Era un hombre con veintitrés años, atlético, con la piel tostada de soles más fuertes, cabello negro, modales suaves. Esa tarde me trajo una sorpresa; un par de zapatos nuevos, hojas de carpeta y en el fondo del paquete, “Poemas de Nicolás Vapzarov” El que es Poeta búlgaro y tiene un hijo muerto. “Marcos fue criado por diferentes tíos, desde los nueve años de su edad, llegado a Buenos Aires, desde la provincia de noroeste. Con gran sacrificio, tenía un terreno en la calle Esnaola nº 1227, a tres cuadras de la ruta “Provincias Unidas”. Marcos edificó desde la mitad del terreno, hacia atrás, ocupando el resto del fondo, con higueras y girasoles. La habitación levantada con su laboriosidad y la de un tío, era de ladrillo y chapas de zinc. Un espacio grande para su bienestar. El techo inclinado como cabeza de ñandú, resbalaba las lluvias y las hojas secas.
Marcos y su pieza.
El estaba orgulloso de mostrarla. Puerta descascarada de madera, ventana grande sin rejas, piso de cemento rojo con manchas pastina negra. Una cama de hierro de una plaza, calentador a keroseno en la mesita dos platos de un azul translúcido, una sartén y dos jarros de aluminio, tres cubiertos, una bolsa con pan enverdecido, la cama con dos sábanas, una siempre sucia, dos mantas incaicas gritando sus colores a las paredes blancas, pintadas con cal. Toda la riqueza de Marcos figuraba en el inventario de sus privaciones. Marcos a veces me visitaba en la casa de mis padres, mi casa. Lo ayudaba a mi papá en algunas tareas de albañil. Todo estaba a medio hacer. No se terminaba nunca la vivienda. Provisorio, decía papá. La última cosa hecha cumplía dieciséis años en la primavera. Esos días en los que llegaba Marcos, todo se transformaba, papá y mamá no peleaban. Marcos, no lo quería tanto como para no conseguirlo nunca. Aprendamos de otros más viejos que todavía esperan. Mirá a los japoneses, ellos investigan el vuelo de un pájaro y el caer de una hoja, solía decir él. ¿A que le tenés tanta bronca, Marcos? Y la pregunta quedó sin respuesta.
Los encuentros con Marcos se espaciaron bastante, eso me preocupa mucho, no llegaba las veces que venía con ganas precisamente de hablar. Las preguntas eran demasiadas. El no respondía nada. Me invitaba a dar una vuelta por San Justo y a comer algo en el bar de Almafuerte e Irigoyen. Marcos manejaba ahora suficiente dinero, más de lo que ganaba. Sus silencios me ponían nerviosa. Esa noche faltó a la Escuela y yo no volví a casa hasta muy tarde. La plaza de San Justo parecía una Kermesse iluminada.
Los encuentros con Marcos se espaciaron bastante, eso me preocupa mucho, no llegaba las veces que venía con ganas precisamente de hablar. Las preguntas eran demasiadas. El no respondía nada. Me invitaba a dar una vuelta por San Justo y a comer algo en el bar de Almafuerte e Irigoyen. Marcos manejaba ahora suficiente dinero, más de lo que ganaba. Sus silencios me ponían nerviosa. Esa noche faltó a la Escuela y yo no volví a casa hasta muy tarde. La plaza de San Justo parecía una Kermesse iluminada.
Ana Laura:
soñó tres horas en los caminos de un paraíso reencontrado. Ese mes no marcó en el almanaque como siempre el redondelito de la menstruación cumplida.
Marcos y sus misterios.
Esa tarde me iba hasta Morón, el colectivo del barrio tomaba por camino de cintura, doblaba en Don Bosco y se introducía por callecitas recién asfaltadas. El recorrido era habitual y nada extraño. De pronto, el conductor detuvo el vehiculo; un policía ascendió y nos hizo bajar a todos. Más adelante, nos explicó, había “Elementos subversivos” y necesitaban el colectivo. Yo bajé con los demás, tenía miedo, pero quería ver. No sé de qué manera llegué hasta ahí y los ví. Lo ví. La policía ganó esta vez, eran muchos. Había varios jóvenes altos, rubios algunos, trigueños otros, de barba y cabellos largos. No eran gente de la Matanza. Lo intuían, las armas estaban en montículos. Con violencia los que quedaban fueron empujados al interior de los coches policiales. Había muertos, parecían muñecos desarmados, roji-sucios de sangre y de pelea. Marcos estaba allí, apoyado contra el techo de un patrullero, las manos sujetando la nuca. Lo ví y gritó, lo demás no lo recuerdo bien. Yo tenía propio terremoto. Marcos ¿Por qué? ¿Y yo? ¿No te acordaste? Ya no pensé. La granada estalló y estaba sorda ¿Quién la arrojó?. Jugó al trompo en su última pirueta espeluznante. Marcos ya no recuerdo mucho, solo rostro, mascarilla de piel tan desarmada y el ojo abierto, engarzado en carne., me miraba a mí, desesperado. No hubo dolor. No lloré. No grité. No sufrí. La muerte nivelaba los dolores, sentí la fuerza de una enredadera cerciendo dentro mío. Ese era un espectáculo carente de atractivo. Todos estaban muertos, yo también. Los cadáveres no se movieron para ser atendidos, se juntaron y se llevaron como cascotes para hacer un contrapiso.
El tiempo siempre pone las cosas en su lugar.
Ana Laura Graar ya no hablaba con nadie. Disimuló hasta donde pudo lo que pasaba, pero sus padres se enteraron igual. El día que llegaron aquellos hombres, lo decidió. Toda la casa se cerró como un puño alrededor del maletín forrado con cuerina negra. Esos billetes verdes son suyos, dijo aquel hombre. Mi familia no aceptó la complicidad. Yo grité en la carta que les deje. Ustedes también estuvieron complicados por haberse callado la boca. Yo asumo lo mío y aquí les dejo esto a modo de indemnización por tenerme estos meses. No crean que no los quiero, por algo me voy, los dejo tranquilos. Veinte cuarenta, el tren Cinta de Plata entró en el andén Nº1, su silbato semejaba el grito de un animal muy mal herido. Ana Laura se ubicó en el andén. Mucha gente despidiendo a poca gente, había marineros en el montón. En sus frentes, alrededor del birrete, podía leerse A.R.A.B.N. Río Santiago. Ana Laura nunca viajó tan lejos, tocó el vagón del tren, marrón y beige. Más gente creyó ver a un amigo de Marcos, había muchos policías uniformados. Ana Laura miró hacia arriba, el techo de la estación era una gran cuadrícula de hierro y vidrio oscurecido de humo. Las estrellas a través del espacio perceptible, la espiaban. Este aire, esas casas lejanas, mil luciérnagas acostadas esperaban despedir el paso de Ana Laura. La ciudad a lo lejos desfila con sus edificios iluminados, su ruido monocorde, su olor de río y el fantasmal contorno desparejo de un escenario bajando el telón. Ana Laura jamás dejo de escribir, así supe de ella, nunca debía responder a sus cartas que yo retiraba de una casilla de correo en Casanova, la alquilé ese fín. Así me enteré que se ubicó en Salta, a cuatro kilómetros de la estación Mojotoro, vivía con una pareja de viejos bolivianos que la atendieron en el parto y cuidaron de Germán cuando ella viajaba a Bolivia en su moto de 500 cilíndradas. Allí habia dicho ser la viuda de un oficial de policía, muerto en un ataque subversivo. Iba a cobrar todos los meses el interés del dinero que depositó, orientada por los viejos que la ayudaron. Paraba en lo de Severino, un minero silencioso dejándole como pago hojas de coca, alcohol, arroz y ropa de trabajo. Germán creció sin radio, ni informaciones del mundo de afuera, nunca había estado con niños. Ana Laura compraba diarios y los quemaba después de leerlos. Ella escribía los cuentos para enseñar a Germán, hace un tiempo me envío una carta, fue este año, me dijo que tenía un cáncer de huesos, Terminal. Me mandó dinero para que viaje y lo traiga a Germán. No te molestará escribió, averigua por favor un lugar apropiado. Todo lo que junté es de él, vení a buscarlo.
Dejé limpia la casa, hice escabeche de berenjenas y ajíes de calahorra con mostaza, ensalada de lechuga y tomates, papas naturales y huevos duros. En la heladera quedó una bandeja con flan de vainilla. Llamé a la clínica psiquiátrica y confirmé la vacante solicitada. El micro salió de Retiro a las veintiuna. En un bolso mediano llevaba lo indispensable; no olvidé poner algo de ropa de mi hijo mayor; le va a andar bien a Germán, tiene veinticinco años, como mi hijo y es de su misma talla sólo que Germán es autista y no sé fijará demasiado en los detalles.
Es increíble como el aroma de las “damas de noche” impregnan el aire. Unas horas antes de llegar a Rosario, releo la carta, no termino de entender lo que escribió al final.
Rostros manchados con brea:
Dejé limpia la casa, hice escabeche de berenjenas y ajíes de calahorra con mostaza, ensalada de lechuga y tomates, papas naturales y huevos duros. En la heladera quedó una bandeja con flan de vainilla. Llamé a la clínica psiquiátrica y confirmé la vacante solicitada. El micro salió de Retiro a las veintiuna. En un bolso mediano llevaba lo indispensable; no olvidé poner algo de ropa de mi hijo mayor; le va a andar bien a Germán, tiene veinticinco años, como mi hijo y es de su misma talla sólo que Germán es autista y no sé fijará demasiado en los detalles.
Es increíble como el aroma de las “damas de noche” impregnan el aire. Unas horas antes de llegar a Rosario, releo la carta, no termino de entender lo que escribió al final.
Rostros manchados con brea:
¿Cuánto cuesta desprenderse de los rostros que estuvieron una vez en nuestra vida? Marcando hitos de cultura tan extraña, tan ajenas a las cosas más vividas. Esos moldes de esas caras desencajan y molestan cuando quieren, en la historia del transcurso que hace la memoria, estropeando tesituras que se ajan. Asomada en el borde de una zanja, intentando atrapar el firmamento, en el esfuerzo realizado siento, vale la pena apostar a la esperanza indagando en el fondo del lamento, voy rompiendo ataduras que amortajan. Ana Laura-1970- Todavía faltan dieciséis horas, me acomodo en el asiento y tapo mi cara con un pañuelo.
Ada Delia Campás.
A Miguel Angel Pauluk
boomp3.com
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2 comentarios:
exelente redaccion sobre esta tragica situacion de vida de los años 70 quien la redacta eximia escritora pues ya he leido trabajos de ella su nombre ADA CAMPAS la felicito en cuanto al contenido explicito y claro es un trozo de la decada atroz que nos toco vivir deberia haber mas trabajos tan claros y que toquen los sentimientos como Rostros Manchados de Brea BUENISIMO
Gracias por involucrarte en parte de esta sangrienta historia vivida en nuestras adolecencias y que nos cortaron la alegria de vivir suplantandola por angustia dolor impotencia e incertidumbre por el resto de nuestros dias YO POR SER FAMILIAR de desaparecidos te digo ADA CAMPAS muchas gracias y tu cuento se que es una historia real por la perfeccion con que la escribes gracias y PRESENTES ahora y SIEMPRE
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